Este libro se ocupa del medio ambiente en el que vive, trabaja
y aprende el hombre; no se ocupa de la persona; pero en la sociedad del saber hacia la que vamos, la persona es lo esencial.
El saber no es algo impersonal como el dinero; el saber no reside en un libro, un banco de datos, un programa de ordenador;
todas estas cosas contienen solamente información. El saber siempre está encarnado en una persona, transportado por una persona,
aumentado o mejorado por una persona, aprendido y transmitido por una persona, empleado bien o mal por una persona. Por lo
tanto, el paso a la sociedad del saber convierte a la persona en lo esencial y al hacerlo plantea retos nuevos, problemas
nuevos, cuestiones nuevas y nunca vistas respecto al representante de la sociedad del saber: la PERSONA INSTRUIDA.
En todas las sociedades anteriores, la persona instruida era un adorno.
Él o ella eran kultur, ese término alemán que con su mezcla de admiración y burla
es imposible de traducir al inglés (ni siquiera high brow* se le acerca). Sin embargo,
en la sociedad del saber la persona instruida es el emblema de la sociedad, su símbolo, su portaestandarte. La Persona Instruida
es el «arquetipo» social, para utilizar un término sociológico. Él o ella definen la capacidad de funcionamiento de la sociedad,
pero al mismo tiempo encarnan también los valores, creencias y compromisos de la sociedad. Si el señor feudal era la sociedad en la primera Edad Media y el «burgués» era la sociedad
durante el Capitalismo, la persona instruida será la sociedad en la sociedad poscapitalista
en la cual el saber se ha convertido en el recurso básico. Por ello, podemos predecir que la definición de «persona instruida
será una cuestión crucial. Con el saber convirtiéndose en recurso clave, la persona instruida se enfrenta a nuevas exigencias,
nuevos retos, nuevas responsabilidades. Él y ella ahora importan.
Durante los últimos diez o quince años ha hecho furor en el mundo
adémico en Estados Unidos un fuerte, y a menudo estridente, debate sobre la persona instruida.
¿Debería existir? ¿Podría existir? ¿Qué debería considerarse
«instrucción»?.
Una variopinta pandilla de posmarxistas, feministas radicales
y otros «anti», argumenta no puede existir tal cosa; esa es la posición de estos nuevos nihilistas, los «desconstruccionistas».
Otros en el mismo grupo afirman que lo único que puede existir son Personas instruídas, con cada sexo, cada grupo étnico,
cada raza, cada "minoría" exigiendo su propia cultura separada y una persona instruida separada; es decir aislacionista. Dado
que estas personas se interesan principalmente por las «humanidades» hay todavía escasos ecos de los "Rasgos físicos de los
arios" de Hitler, de la «Genética marxista» de Stalin, o de la «Psicología comunista» de Mao; pero los argumentos de estos
antitradicionalistas recuerdan a los de los totalitarios. Y su blanco es el mismo: el universalismo que está en el núcleo
mismo del concepto de Persona Instruida, llámese como se llame: Persona Intruida, como en Occidente, o bunjin como en China y Japón.
El bando opuesto -que también podría llamarse de los «Humanistas»-
desprecia asimismo el actual sistema educativo de Estados Unidos, pero por la razón contraria. Lo atacan porque no logra poducir
una persona instruida universal. Los críticos humanistas exigen una vuelta al siglo XIX, a las «Humanidades», a los «Clásicos»,
a los "Gebildete Mensch" alemanes. Hasta ahora, no han repetido la afirmación hecha
por Robert Hutchins y Mortimer Adler hace cincuenta años en la Universidad de Chicago sobre que el «saber» en su totalidad
consiste en unos cuantos «grandes libros», pero son descendientes directos de la «Vuelta a la Pre-Modernidad» de Hutchins-Adler.
Por desgracia, ambos lados se equivocan. La sociedad del saber debe tener como núcleo la idea de Persona Instruida. Tendrá
que ser un concepto universal, precisamente porque la sociedad del saber es una sociedad de saberes y porque es global; en
su dinero, su economía, sus carreras profesionales, su tecnología, sus problemas básico y, sobre todo, su información.
La sociedad poscapitalista necesita una fuerza unificadora, requiere
un grupo de liderazgo que pueda concentrar tradiciones distintas, individuales, locales, en un compromiso compartido con ciertos
valores, en una idea común de excelencia y en un respeto mutuo.
La sociedad poscapitalista, la sociedad del saber, necesita pues
exactamente lo contrario de lo que los desconstruccionistas, las feministas radicales y los no occidentales proponen; necesita
exactamente eso que rechazan: una persona instruida universal.
Sin embargo, la sociedad del saber necesita una persona instruida
diferente del ideal por el que luchan los humanistas. Tienen razón al destacar la locura de sus oponentes cuando exigen el
repudio de la gran tradición y de la sabiduría, belleza y saber que son la herencia de la humanidad. Pero construir un puente
al pasado no es suficiente y eso es lo único que ofrecen los humanistas. La persona instruida necesita ser capaz de aplicar
su saber al presente, si no usarlo para moldear el futuro. No hay providencias para esa capacidad en las propuestas de los
humanistas; es más, no hay interés por ella. Pero sin ella, la gran tradición es anticuarismo polvoriento.
En su novela de 1943 Das
Glasperlenspiel, El juego de las cuentas de cristal, Herman Hesse (1877-1962), el suizo-alemán Premio Nobel anticipaba
el mundo que quieren los humanistas y su fracaso. El libro pinta una hermandad de intelectuales, artistas y humanistas que
viven una vida de espléndido aislamiento, dedicados a la Gran Tradición, su sabiduría y
su belleza; pero el héroe de la historia, el más consumado Maestro de la Hermandad, decide al final volver a la contaminada,
estúpida, turbulenta, conflictiva, codiciosa realidad porque sus valores son sólo oropel a menos que tengan relevancia para
el mundo.
Lo que Hesse previó hace más de cincuenta años está sucediendo
ahora. «Humanidades» y «Allgemeine Bildung» están en crisis hoy porque se han convertido
en «Glasperlenspiel», que los más brillantes abandonan por una realidad estúpida,
vulgar y codiciosa. A los alumnos más capaces les entusiasman las humanidades: en las facultades universitarias de humanidades
en Estados Unidos, en Oxford y Cambridge en Inglaterra, en Tokio, Kioto y Keio en Japón, en el Lycée en Francia, en el Gymnasium en Alemania. Les entusiasman tanto
como a sus bisabuelos que se graduaron antes de la Primera Guerra Mundial. Para aquella generación, «Humanidades» y «Allgemeine Bildung» seguían siendo significativos a lo largo de toda su vida; definían su identidad; seguían
siendo significativos para muchos miembros de mi generación graduados antes de la Segunda Guerra Mundial, pese a que olvidábamos
inmediatamente nuestro latín y nuestro griego. Pero todos los estudiantes actuales dicen pocos años después de licenciarse:
«Lo que he aprendido con tanto interés no tiene ningún sentido, no tiene relación con nada de lo que hago, con nada de lo
que me interesa, con nada de lo que quiero llegar a ser». Para sus hijos siguen queriendo la facultad de letras, Ox- bridge,
la Universidad de Tokio, el Lycée, el Gymnasium,
aunque principalmente por posición social y acceso a buenos puestos de trabajo. Pero en sus vidas repudian «Humanidades»
y «Ahlgemezne Bildung» y lo hacen por la misma razón por la que el héroe de Herman
Hesse repudiaba el Glasperlenspiel. No les
capacita para comprender la realidad y mucho menos para dominarla. En el presente debate ambos bandos son, por lo tanto,
ampliamente irrelevantes. La sociedad poscapitalista necesita una persona instruida, incluso más que cualquier sociedad anterior
y el acceso a la gran herencia del pasado tendrá que ser un elemento esencial.
De hecho, el «pasado» tendrá que abarcar mucho más de aquello
por lo que luchan los humanistas; la suya es todavía principalmente una «civilización occidental» y una «tradición judeo-cristiana»;
es todavía del siglo xix. La persona instruida tendrá que ser capaz de apreciar igualmente la gran herencia de las pinturas
y cerámicas chinas, japonesas y coreanas; a los filósofos y a las grandes religiones del Oriente, y al Islam, como religión
y como cultura. La persona instruida tendrá que ser también menos exclusivamente «libresca» de lo que era bajo la educación
liberal de los humanistas. Él o ella necesitarán educar su percepción tanto como su capacidad de análisis.
La «Tradición Occidental» tendrá que seguir siendo el núcleo
aunque sólo sea para permitir que la persona instruida afronte el presente, por no hablar del futuro. El futuro puede ser
«pos-occidental», puede ser «anti-occidental» pero no puede ser «a-occidental». Su civilización material y sus saberes descansan
sobre fundamentos occidentales: ciencia occidental, herramientas y tecnología occidentales, producción occidental, economía
occidental, dinero, finanzas y banca al estilo occidental. Ninguna de estas cosas puede funcionar a menos que esté fundada
en la comprensión y aceptación de las ideas occidentales y de la tradición occidental en su conjunto.
El hombre de Africa Occidental que a principios del siglo xix
tallaba las máscaras de madera que los países desarrollados coleccionan con tanto entusiasmo ahora, no sabía nada de Occidente
y le debía poco. Su descendiente en Africa Occidental que talla máscaras de madera hoy -y algunas son extraordinariamente
impresionantes- sigue viviendo en una choza de barro en su pueblo tribal; su país puede no llegar a ser siquiera «subdesarrollado».
Sin embargo, tiene radio, televisión y motocicleta, utiliza nuevas herramientas, todos ellas productos de la tecnología occidental;
talla para un comerciante en París o Nueva York y su estética debe tanto a los expresionistas alemanes y a Picasso como a
su propio antepasado de Africa Occidental.
El movimiento más profundamente antioccidental hoy no es el Islam
Fundamentalista; es la revuelta de Sendero Luminoso en Perú; el desesperado intento de los descendientes de los Incas por
conseguir deshacer la Conquista española, por volver a las antiguas lenguas quechua y aimara, y echar al mar a los odiados
europeos y a su cultura. Sendero Luminoso se autofinancia cultivando coca para los drogadictos de Nueva York y Los Ángeles;
su arma favorita no es la honda de los Incas; es el coche bomba.
La persona instruida del futuro tendrá que estar preparada para
vivir en un mundo global; será un mundo occidentalizado. Pero la persona instruida vivirá también en un mundo cada vez más
tribalizado. Él o ella tienen que poder ser «ciudadanos del mundo», en su visión, horizontes e información, pero a la vez
tendrán que nutrirse de sus raíces locales y, a su vez, enriquecer y nutrir su propia cultura local.
La sociedad poscapitalista es ambas cosas: una sociedad del saber
y una sociedad de organizaciones, cada una dependiendo de la otra y sin embargo diferente en conceptos, puntos de vista y
valores. La mayoría, si no todas, las personas instruidas (como he dicho anteriormente en este libro) practicarán su saber
como miembros de una organización. Por lo tanto, la persona instruida tendrá que estar preparada para vivir y trabajar simultáneamente
en dos culturas: la del «intelectual» que se concentra en palabras e ideas y la del «gestor» que se concentra en personas
y trabajo.
Los intelectuales necesitan la organización como herramienta;
les permite practicar su techne, su saber especializado. Los gestores ven el saber
como un medio para conseguir un fin, el de los resultados organizacionales. Ambos tienen razón; son polos más que contradicciones; es más, se necesitan mutuamente. El científico investigador necesita al director
de investigación y el director de investigación necesita al científico investigador. Si uno tiene más peso que el otro sólo
se consigue el no-funcionamiento y una frustración absoluta. El mundo del intelectual, a menos que esté contrapesado por el
gestor, llega a ser un mundo en el que cada uno «va a lo suyo» pero nadie hace nada. El mundo del gestor, a menos que esté
contrapesado por el intelectual llega a ser burocracia y la grisura embrutecedora del «hombre de la organización». Pero si
los dos se equilibran puede haber creatividad y orden, realización y misión.
Buen número de personas en la sociedad poscapitalista vivirá
y trabajará realmente en esas dos culturas al mismo tiempo. Y muchas más podrían -y deberían- ser expuestas a experiencias
de trabajo en ambas, mediante rotación en los principios de su carrera, pasando de un puesto de especialista a uno de gestor,
por ejemplo; esto es, haciendo que el joven técnico en ordenadores desempeñe un cargo de director de proyectos y lidere un
equipo o pidiendo al joven profesor universitario que trabaje a tiempo parcial durante dos años en la administración de la
universidad. Y, de nuevo, los trabajos como «personal no remunerado» en organismos del sector social darán a los individuos
la perspectiva, el equilibrio de ver, saber y respetar ambos mundos, el del intelectual y el del gestor.Y todas las personas
instruidas en la sociedad poscapitalista deben estar preparadas para comprender ambas
culturas.
Para la persona instruida del siglo XIX, las technes no eran saber; aunque ya se enseñaban en la universidad, se habían convertido en «disciplinas» y los que
las practicaban eran «profesionales» en lugar de ser «comerciantes» o «artesanos»; aún no formaban parte de las Humanidades
ni del Albgemeine Bildung y, por ello, no eran parte del saber.
Hacía tiempo que había títulos universitarios en technes’: en Europa tanto el título en Leyes como en Medicina se remontan al siglo xiii y en el continente europeo y en Estados Unidos -aunque no en Inglaterra- el nuevo titulo en Ingeniería (concedido
por primera vez en la Francia de Napoleón un año o dos antes de 1800) pronto fue aceptado socialmente. La mayoría de personas
consideradas «instruidas» se ganaban la vida practicando una techne -como abogados,
médicos, ingenieros, geólogos y de forma creciente en los negocios (,de hecho, sólo en Inglaterra se tenía alguna estima por
el «señor sin ocupación)- pero su trabajo o su profesión era un "medio de vida" y no "su vida".
Fuera de sus lugares de trabajo, ios que practicaban una techne no hablaban de su trabajo, ni siquiera de su especialidad; eso era tabú en los salones de París y Viena
o en los clubes y fiestas en las casas inglesas. Eran «asuntos de trabajo»; los alemanes lo despreciaban como Fachsimpeln e incluso era más ridiculizado en Francia. Cualquiera que cayera en ese hábito era considerado un
patán y un pelmazo, y pronto se le borraba de las listas de invitados de la «sociedad bien».
Pero ahora que las technes
se han convertido en saberes tienen que integrarse en el saber. Los «clásicos» pueden ser todavía el núcleo del saber
de la persona instruida pero las technes se han convertido asimismo en parte de
lo que significa ser una persona instruida. El hecho de que las Humanidades, que tanto les gustaron en sus años de universidad,
no integren las technes, no puedan hacerlo -de hecho se nieguen siquiera a intentarlo-
es la razón por la que los alumnos de hoy las repudian unos años más tarde. Se sienten defraudados, es más, traicionados y
tienen buenas razones para sentirse así. Unas Humanidades y Allgemeine Bildung que
no integren los saberes en un «universo del saber» no son ni «humanidades» ni «Bildung».
Fracasan en su primera tarea: crear la comprensión mutua; ese «universo del discurso» sin el cual no puede haber civilización
alguna; en lugar de unir, esas Humanidades fragmentan.
Ni necesitamos ni tendremos «polímatas» familiarizados con muchos
saberes; probablemente llegaremos a estar incluso más especializados. Pero lo que sí necesitamos -y lo que definirá a la persona
instruida en la sociedad del saber- es la capacidad de comprender los saberes.
¿De qué trata cada uno? ¿Qué intenta hacer? ¿Cuáles son sus preocupaciones básicas? ¿Cuáles son sus teorías básicas? ¿Cuáles
son sus áreas de ignorancia importantes, sus problemas, sus retos?.
Sin esa comprensión los saberes mismos serán por fuerza cada
vez más estériles, es más, dejarán de ser «saberes»; de forma creciente se convertiran en arrogancia intelectual y llegarán
a ser improductivos. Esto es así porque cada vez más los nuevos conocimientos importantes en cada uno de los saberes especializados
surgen de otra especialidad independiente, esto es de otro de los saberes.
Tanto la economía como la meteorología están siendo transformadas
en la actualidad por las nuevas matemáticas de la Teoría del Caos. La geología se está viendo profundamente alterada por la
física de la materia; la arqueología por la genética de la datación mediante DNA; la historia por técnicas y análisis psicológicos,
tecnológicos y estadísticos. A un estadounidense, James N. Buchanan (nacido en 1919), le fue concedido el Premio Nobel de
Economía en 1986 por aplicar las recientes teorías económicas al proceso político y demostrar así la falsedad de los supuestos
y teorías en los cuales los analistas políticos habían basado su trabajo a lo largo de un siglo. Convertir los saberes en
saber requiere que los que detentan los Saberes, los especialistas, asuman la responsabilidad de hacer que tanto ellos como
su área de saber sea COMPRENSIBLE.
Los «medios», revistas, películas, televisión, puedan ayudar, pero
no pueden hacer el trabajo; como tampoco puede hacerlo cualquier otra forma de popularizacion. Los saberes deben ser comprendidos como lo que son: serios, rigurosos, exigentes. Y esto sólo puede hacerse si los líderes en cada uno de esos saberes
-empezando con los doctos profesores en sus cátedras universitarias- asumen la responsabilidad de hacer que su propio saber
sea comprendido y están dispuestos a hacer el trabajo duro que esa tarea requiere.
No existe la «Reina de
los Saberes» en la sociedad del saber. Todos los saberes son igualmente valiosos, todos los saberes, en palabras del gran
filósofo medieval san Buenaventura, llevan igualmente a la verdad; pero conseguir que sean caminos a la verdad, caminos al
saber, tiene que ser responsabilidad de los hombres y mujeres de los saberes. Colectivamente tienen el saber en custodia. Esto debe cambiar el significado mismo de «persona instruida»;
tiene que cambiar el sentido mismo de lo que significa ser instruido.
Peter F. Drucker
High brow, significa «intelectual"- y acostumbra
usarse de forma despectiva. (N. del T.)