La palabra inglesa freaky (monstruo o monstruito) se ha popularizado mucho
últimamente en algunos bares de la calle Balmes como en el Pipiolo o en el Mediterráneo. Con ella se denomina a ciertos personajes
pintorescos de la noche que causan impacto por su conducta anómala, extravagante, y muchas veces insoportable. Personalmente,
tengo la impresión de que el fenómeno de freakismo está siendo incomprendido, o por lo menos, malinterpretado. No es una filosofía,
ni una religión o un movimiento sectario, pero es algo que está profundamente integrado en la esencia espiritual de la condición
humana. En cierto sentido tiene que ver con el pendejismo del que habla el polifacético Facundo Cabral en sus conciertos.
Según él hay varios tipos de pendejos: el “esférico” que es pendejo por todos lados, el ‘fosforescente”
que incluso de noche se ve que es pendejo, el “pesimista”, que cree que es el único pendejo, el “optimista”,
que cree que él no es pendejo, o el “demagogo”, que cree que el pueblo es pendejo. En otro sentido, tiene que
ver con el tema del alter ego, al que canta Serrat en canciones como “Tarres”, o “Si nos fós per tu”.
O el Juan de Mairena de Antonio Machado, el Boig de mi primo Albert Fibla o el demonio interno del que hablaba Sócrates. Por
último, está muy relacionado con el marxismo (el de los hermanos Marx) y consiste en hacer el loco de forma consciente, deliberada,
con nocturnidad y alevosia. Y es que todos llevamos un freaky encima, ese monstruo loco, exagerado, insaciable, que tiene
lo mejor y lo peor de nuestra personalidad. Despierta con la noche, cuando sentimos con más intensidad el aguijón de la soledad,
y sale a buscar algo indefinido: distracción, compañía, sexo, o simplemente los dos o tres segundos de ternura de la canción
de Aute. Por alguna oscura razón, unos tenemos éxito y otros no. Pero en el fondo, y a pesar de ser tan distintos unos de
otros, tenemos en común la misma fantasía: amar y ser amados, sin tener que pedir como Benito, el mendigo de Serrat, ni tener
que "de robar", como el macarra de ceñido pantalón de Sabina. Todos somos, aunque sólo sea en potencia, como los personajes
de algunas canciones que tanto nos gustan, y sentimos la soledad de la tieta y compartimos su mismo destino. Aunque tengamos
pareja, seamos mujer, vivamos en Barcelona y vayamos al Mediterráneo. En resumen, como diría Paco Martín: No somos nada Palom,
y tú menos que nadie”.
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