"Corre sobre llanuras, selvas y montañas, un infinito viento generoso, que en una inmensa e invisible bolsa va recogiendo
todos los sonidos, palabras y rumores de la tierra nuestra. El grito, el canto, el silbo, el rezo, toda la verdad cantada
o llorada por los hombres, los montes y los pájaros va a parar a esa hechizada bolsa del viento. Pero a veces la carga es
colosal y termina por romper los costados de la alforja infinita. Entonces el viento deja caer sobre la tierra a través de
la brecha abierta la hilacha de una melodía, el ay de una copla, la breve gracia de un silbido, un refrán, un pedazo de corazón
escondido en la curva de una vidalita, la punta de flecha de un adiós bagualero, y el viento pasa y se va, y quedan solas,
en los pastos, las hilachitas caídas en su viaje. Esas yapitas, cuentas de un rosario lírico, soportan el tiempo, el olvido,
las tempestades, según su condición o calidad, se desmenuzan, se quiebran y se pierden, otras permanecen intactas, otras se
enriquecen como si el tiempo y el olvido, la alquimia cósmica, les hiciera alcanzar una condición de joya milagrosa.
Pero llega un momento en que son halladas estas hilachitas del alma de los pueblos. Alguien las encuentra un día. ¿Quién
las encuentra? Los muchachos que andan por los campos, por el valle soleado, por senderos de la selva en la siesta, por los
duros caminos de la sierra o junto a los arroyos o junto a los fogones. Las encuentran los hombres del oscuro destino, los
bravos zafreros, los héroes del socavón, el arriero que despedaza sus gritos en los abismos, el juglar desheredado y sin sosiego,
las encuentran las guitarras después de vencido el dolor, la meditación y el silencio transformados en dignidad sonora, las
encuentran las flautas indias, las que esparcieron por el Ande las cenizas de tantos yaravíes, y con el tiempo, changos, hombres
y pájaros y guitarras elevan sus voces en las noches argentinas, o en las claras mañanas o en las tardes pensativas, devolviéndole
al viento las hilachitas del canto perdido. Por eso hay que hacerse amigo, muy amigo del viento, hay que escucharlo,
hay que entenderlo, hay que amarlo y seguirlo y soñarlo. Aquél que sea capaz de entender el lenguaje y el rumbo del viento,
de comprender su voz y su destino, hallará siempre el rumbo, alcanzará la copla, penetrará en el canto".
Atahualpa Yupanqui
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